Tradicionalmente, el salto de trampolín se considera una parte de la competición de esquí nórdico y ha llegado a ser muy popular en el siglo XX. El saltador se desliza por una superficie preparada, bastante inclinada, hasta el punto de despegue; la distancia del salto se mide desde el borde del punto de despegue hasta el punto donde los esquíes del saltador tocan la nieve en el aterrizaje. Se conceden puntos por la distancia conseguida y por el estilo en la ejecución del salto. Para minimizar la inevitable subjetividad al calificar el estilo, los jueces utilizan un sistema muy complejo de evaluación. El éxito del saltador depende más del equilibrio y la coordinación que de la habilidad para saltar. El objetivo último es el control del movimiento durante el vuelo y un aterrizaje preciso, de forma que desde el inicio del salto hasta el final del aterrizaje pueda ser visto como un todo continuo. En la competición olímpica hay dos pruebas de salto de trampolín: 70 y 90 metros.
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